Homilía del Domingo de la Palabra de Dios
23 de enero
En este domingo 23, Domingo de la Palabra de Dios (III Domingo Ordinario), el P. Kulandaisamy Soosai, SVD, más conocido como P. Samy, ofreció a las hermanas capitulares una profunda reflexión sobre nuestra espiritualidad y espíritu misionero a la luz de las lecturas de la misa: Neh 8,2-4; 5-6, 8-10; I Cor 12,12-30; Lucas 1,1-4; 4,14-21.
Somos diferentes pero nuestra misión es la misma
Introducción: Hoy es el domingo de la Palabra de Dios. Las lecturas de la Escritura llaman nuestra atención sobre la importancia y el poder liberador de la Palabra de Dios como «sacramental», haciendo a Dios presente en medio de nosotros. El Evangelio presenta el «discurso inaugural» de Jesús en la sinagoga de Nazaret y su teología de la liberación total, que marca un momento significativo en el ministerio de Jesús. La Liturgia de la Palabra de hoy nos invita a escuchar la Palabra, acogerla en nuestro corazón y ponerla en práctica al vivir nuestra vida, liberándonos así a nosotros mismos y a los demás de todo tipo de ataduras.
Reflexionando sobre la Palabra: «Tu palabra es una lámpara para mis pies y una luz en mi camino» Salmo 119,105
Traigamos a nuestra mente una palabra, una frase o un versículo de la Biblia que esté muy cerca de nuestro corazón – que a menudo nos desafía, nos motiva y nos impulsa a la vida proactiva y a la misión… quedémonos con ella por un tiempo permitiendo que nos hable de nuevo… y agradezcamos al Señor por esta palabra mientras entramos en este misterio de amor y sacrificio…
Queridas Hermanas, este Capítulo General marca un momento importante para todas las SSpS del mundo. El nuevo equipo de Liderazgo General encabezado por Miriam tendrá la tarea de establecer una dirección y conducir a la Congregación por el camino de la misión liberadora de Jesús. Recemos para que el Espíritu nos dé el poder de liberarnos a nosotros mismos y a los demás. Señor, ten piedad… Cristo ten piedad… Señor, ten piedad.
Homilía
El mensaje sorpresivo de Dios a tres poderosos presidentes: Se cuenta que Dios llamó a los tres presidentes más poderosos del mundo para una reunión: presidentes de Rusia, China y EE.UU. Dios les dijo una cosa: «El mundo se acabará en el año 2023». Los tres presidentes fueron a sus respectivos países y contaron a sus pueblos lo que Dios les había dicho. El presidente ruso dijo: «Mi querido pueblo, tengo dos mensajes que dar, ambos son malas noticias. Primero, Dios es real y segundo, el mundo se acabará en el año 2023». El presidente de China anunció a su pueblo: «Mi querido pueblo, tengo dos mensajes importantes para vosotros, uno increíble y otro horrible. El mensaje increíble es que Dios es real. El mensaje horrible es que este Dios está tan harto de nuestro mundo que quiere destruirlo». El presidente estadounidense apareció en la televisión nacional para hablar a los americanos. Dijo: «Mi querido pueblo tengo tres mensajes que transmitirles, todos ellos son buenas noticias. Primero, Dios sigue teniendo el control del mundo. Segundo, Él habló directamente con su presidente. Y el tercero es que nuestro mundo terminará en el año 2023 y todos nuestros problemas habrán terminado».
Bien, sabemos que nuestro mundo está entrando cada vez más en una situación caótica, pero definitivamente no tenemos idea de su fin. Es cierto que los acontecimientos en el mundo y las predicciones no son muy alentadores: los grandes daños causados por la pandemia, el enorme impacto del cambio climático, las constantes tensiones entre ciertos países, el aumento de refugiados, etc. Pero nuestra fe cristiana nos impulsa a mantener la esperanza y a continuar con nuestra misión. Eso es lo que también aprendemos de nuestro Fundador, el Padre Arnoldo. En la década de 1870, cuando todo parecía sombrío y sin esperanza en Alemania, Arnoldo respondió convincentemente a sus críticos: «El Señor desafía nuestra fe para hacer algo nuevo, precisamente cuando tantas cosas se derrumban en la Iglesia». Y, sabemos la abundante cosecha que produjo su audaz aventura.
En la primera lectura oímos que, tras reconstruir el Templo y restaurar la ciudad, Esdras dirigió al pueblo en una ceremonia de «renovación de la Alianza» leyendo e interpretando la Ley. Todo el pueblo, con las manos en alto, respondió: «¡Amén, amén!». Luego se inclinaron y se postraron ante el Señor, con el rostro en tierra.
Jesús reproduce a Esdras, pero con una gran diferencia: Jesús se levanta en su sinagoga natal y anuncia la Buena Nueva de un Dios amoroso, liberador y salvador. Afirma que es el enviado «para dar buenas noticias a los pobres, liberar a los cautivos, devolver la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos». Ante el asombro y la incredulidad de sus propios conciudadanos, Jesús declara: «Este texto se está cumpliendo hoy mismo mientras lo escuchan». Lucas relata que la sorpresa y la admiración fueron las primeras reacciones de la gente que se asombró del poder y la elocuencia de este hijo de su tierra. Así, la primera lectura y el Evangelio describen una lectura pública de la Sagrada Escritura que anuncia la buena noticia de la liberación a todos y nos desafía a crear un «nuevo inicio» con una nueva perspectiva.
Mirando a nuestro alrededor en el contexto de las lecturas de hoy, es evidente que nuestro mundo necesita misioneros como el arzobispo Óscar Romero de El Salvador, que se enfrentó con valentía a la opresión del gobierno, luchando por la opción por los pobres incluso a costa de su vida.
Nuestro mundo necesita misioneros como la Madre Teresa para enjugar las lágrimas y devolverles la dignidad a millones de marginados y desafortunados, víctimas de diversas formas de violaciones.
Nuestro mundo necesita personas como la Princesa Diana: Antes de su trágica muerte, en 1997, defendió la causa de las víctimas de las explosiones de minas terrestres en Bosnia.
La segunda lectura, tomada de la primera carta de Pablo a los Corintios, nos recuerda que «juntos somos el Cuerpo de Cristo, pero cada uno de nosotros es una parte diferente de él». Esto sugiere que, como partes diferentes del Cuerpo de Cristo, somos instrumentos en manos de Dios para llevar la misión liberadora y salvadora de Cristo a nuestro mundo hoy.
Este es un texto que habla inequívocamente de la interculturalidad, el ADN de la Familia Arnoldina. En nuestra vida intercultural, podemos encontrarnos con más diferencias que similitudes entre nosotros, pero nuestra afiliación a la Familia Arnoldina exige que apreciemos generosamente nuestras similitudes y respetemos humildemente nuestras diferencias. De esta manera, como una orquesta, aunque con muchos instrumentos diferentes produce una dulce melodía, podemos, como una sola familia, dar testimonio de la misión liberadora de Cristo.
Hay una «regla del 2%» que se basa en los hallazgos del sociólogo y educador Robert Bellah, autor del exitoso libro Hábitos del Corazón. Basándose en sus estudios, concluye: «No debemos subestimar la importancia del pequeño grupo de personas que tiene una visión de un mundo justo y cordial… Los valores que rigen toda una cultura pueden cambiar cuando el 2% de su gente tiene una nueva visión». Sí, todo lo que necesitamos es el 2% de la gente y podemos cambiar toda una cultura.
Me pregunto si nos damos cuenta de lo poderosos que podríamos ser nosotros, la familia Arnoldina. Pero primero, necesitamos estar arraigados en la palabra que da vida y liberarnos de nuestros prejuicios, pesimismo, indiferencia, juicios, dudas y demás y dejar que el poder del Espíritu Santo nos llene para definir nuestra misión y seguirla apasionadamente siguiendo las huellas de Jesús, el Señor de la liberación y de nuestro querido fundador, el Padre Arnoldo. Amén
Kulandaisamy Soosai, SVD